Introducción
Al concluir nuestro primer mes de la Novena de Nueve Meses y comenzar el segundo, algunos entre nosotros podemos estar experimentando las peores tentaciones de Satanás para rendirnos y dejar de rezar la Oración de la Novena todos los días.
A lo largo de los días de las apariciones, San Juan Diego estuvo sometido a las tentaciones de Satanás, que sembró en él la duda de que fuera digno y capaz de cumplir las indicaciones y órdenes de la Reina Celestial. Después de su primera visita al Obispo, se convenció de que sólo alguien de condición social más elevada podía llevar a cabo la misión de Nuestra Señora. De forma bastante elocuente, describió su propia bajeza a la Virgen Madre de Dios:
Por eso te ruego, mi Señora, mi Reina, mi Niña, que hagas que uno de los nobles que son tenidos en estima, uno que es conocido, respetado, honrado, haga que él lleve, que tome tu venerable aliento, tu venerable palabra, para que sea creído. Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy la cuerda del portero, soy mecanal, soy parihuela, soy cola, soy ala, yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mí deterneme allá donde me envías, Virgencita mía, Hija mía menor, Niña; por favor díspensame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón, iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía (Nican Mopohua, nos. 54-56).
Pero la Madre de Dios, la Madre de la Gracia Divina, respondió confirmándole como su mensajero, asegurándole que él también estaba llamado a cumplir la misión de llevar a Dios encarnado al mundo, a sus hermanos y hermanas.
Nuestra Señora de Guadalupe le asegura que tiene muchos a quienes llamar para la misión de ser su mensajero, pero que Juan Diego ha sido llamado y, por lo tanto, debe confiar en que él puede llevar a cabo la misión. Ella le responde:
Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son tan escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes encargué que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi volutad; pero es muy necesario que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a afecto mi querer, mi volutad. Y, mucho te ruego hijo mío el menor, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo y de mi parte hazle saber, hazle oír mi querer, para que realice, haga mi templo que le pido. Y bien, de nuevo dile qué modo yo, personalmente, la Vírgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando”. (Nican Mopohua, nos. 58-62)
En la batalla por la verdad, nunca debemos ceder al desánimo, que es siempre la primera tentación del demonio. Cuando nos sintamos tentados a desanimarnos o a dejarnos vencer, recordemos la visión de la victoria final de la Encarnación redentora de Cristo, relatada en el Apocalipsis. En esa visión, Satanás está decidido a destruir a la "mujer vestida de sol" (Ap 12, 1) y a su Hijo. Pero el Hijo divino de María es "arrebatado hasta Dios y hasta su trono" (Ap 12, 5). Es decir, así llevará a su plenitud la victoria sobre el pecado y la muerte. De hecho, la imagen de la Virgen de Guadalupe que Dios nos dejó en la tilma (manto) de San Juan Diego es la "mujer vestida del sol" que lleva en su seno al Salvador del mundo.
Las palabras maternales de la Virgen a San Juan Diego nos hablan también a nosotros, pues reflejan una verdad fundamental de la fe: la inhabitación de Cristo con nosotros en su santa Iglesia, la inhabitación del Espíritu Santo en nuestras almas, que capacita incluso a la persona más débil para cumplir la voluntad de Dios con virtud heroica. Sólo con la ayuda de la gracia de Dios, por intercesión de Nuestra Señora, Mediadora de todas las gracias, perseveraremos en esta Novena y Consagración.