Introducción
En mi reflexión anterior, que ustedes han recibido 12 de junio pasado, considerábamos cómo las dificultades experimentadas en la vida pueden dar lugar a tentaciones de evitar la llamada de Nuestra Señora. Cuando el tío de San Juan Diego, Juan Bernardino, se enfermó de muerte, Juan Diego, buscando un sacerdote para oír la confesión de su tío y prepararle el alma para la muerte, trató de evitar un encuentro personal con Nuestra Señora, creyendo que su misión retrasaría su causa por cierto muy noble.
Sin embargo, a pesar de sus intenciones, Ella se le apareció y le ofreció su maternal consuelo, asegurándole con estas palabras:
"¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? (Nican Mopohua, n. 119).
La Virgen aseguró a su heroico mensajero que su tío no moriría, que cumpliendo su deseo él también cuidaría mejor de su tío.
San Juan Diego le creyó, y su humilde confianza fue recompensada con creces, pues el último mensaje de Nuestra Madre Santísima sería la piedra angular de Guadalupe y el corazón de la conversión de millones de nativos americanos y de los exploradores y colonos españoles. Ella le dijo que subiera la árida colina del Tepeyac para recoger rosas en invierno. Por su parte, él cumplió inmediatamente su petición, como prueba incontrovertible de las apariciones de Nuestra Señora. El relato nos dice:
Y Juan Diego luego subió al cerrillo, y cuando llegó a la cumbre, mucho admiró cuantas flores había, abiertas sus corollas; flores las más variadas, bellas y hermosas, cuando todavía no era estación, porque de veras que en aquella sazón arreciaba el hielo. Las flores estaban difundiendo un olor suavísimo; como perlas preciosas, como llenas de rocío nocturno. Luego comenzó a cortarlas, todas las juntó, las puso en el hueco de su tilma. Por cierto que la cumbre de la colina no era lugar en que se dieran ningunas flores, porque era rocosa, con abrojos, espinas; nopales, mezquites, y si acaso algunas hierbecillas se solían dar, entonces era mes de Diciembre en que todo lo come, lo destruye el hielo (Nican Mopohua, nos. 127-133).
Las milagrosas flores no fueron sino parte de la recompensa a la humilde confianza de San Juan Diego. Dios concedió una señal aún más notable y duradera de todo lo que deseaba realizar en su amor misericordioso al dejar permanentemente la imagen de la Virgen de Guadalupe en la Tilma de San Juan Diego. Fue la Tilma la que se convirtió tanto en la prueba milagrosa de las apariciones de Nuestra Señora como en el catalizador de la conversión de millones de almas.
Tomen como modelo a San Juan Diego en cada uno de sus pensamientos, palabras y acciones, para que puedan servir a Dios en todas las cosas, grandes y pequeñas. Comprométanse a ser, con la Madre de Dios, mensajeros del amor misericordioso de Dios en sus hogares, en sus oficinas, escuelas y en todos los lugares donde se encuentren. Sean humildes, reconociendo que todo lo que son y tienen viene de Dios. Confíen en que, si respetan el plan que Dios tiene para ustedes y para nuestro mundo, serán bendecidos y aportarán una bendición a los demás.
Como verdaderos hijos de Dios, con humildad y confianza, como San Juan Diego, seamos una sola cosa con la Virgen Madre de Dios en la entrega total de nuestro corazón al Señor. Invocando la intercesión de San Juan Diego, pidamos la humildad de estar siempre dispuestos a hacer todo lo que Dios nos pida y pidamos la confianza de que Él llevará a buen término nuestros humildes esfuerzos por servirle fielmente hasta en los más pequeños asuntos.