Octava reflexión |  26 de junio

ir a la reflexión
<--

Introducción

En mi reflexión anterior, que ustedes han recibido 12 de junio pasado, considerábamos cómo las dificultades experimentadas en la vida pueden dar lugar a tentaciones de evitar la llamada de Nuestra Señora. Cuando el tío de San Juan Diego, Juan Bernardino, se enfermó de muerte, Juan Diego, buscando un sacerdote para oír la confesión de su tío y prepararle el alma para la muerte, trató de evitar un encuentro personal con Nuestra Señora, creyendo que su misión retrasaría su causa por cierto muy noble.

Sin embargo, a pesar de sus intenciones, Ella se le apareció y le ofreció su maternal consuelo, asegurándole con estas palabras:

"¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? (Nican Mopohua, n. 119).

La Virgen aseguró a su heroico mensajero que su tío no moriría, que cumpliendo su deseo él también cuidaría mejor de su tío. 

San Juan Diego le creyó, y su humilde confianza fue recompensada con creces, pues el último mensaje de Nuestra Madre Santísima sería la piedra angular de Guadalupe y el corazón de la conversión de millones de nativos americanos y de los exploradores y colonos españoles. Ella le dijo que subiera la árida colina del Tepeyac para recoger rosas en invierno. Por su parte, él cumplió inmediatamente su petición, como prueba incontrovertible de las apariciones de Nuestra Señora. El relato nos dice:

Y Juan Diego luego subió al cerrillo, y cuando llegó a la cumbre, mucho admiró cuantas flores había, abiertas sus corollas; flores las más variadas, bellas y hermosas, cuando todavía no era estación, porque de veras que en aquella sazón arreciaba el hielo. Las flores estaban difundiendo un olor suavísimo; como perlas preciosas, como llenas de rocío nocturno. Luego comenzó a cortarlas, todas las juntó, las puso en el hueco de su tilma. Por cierto que la cumbre de la colina no era lugar en que se dieran ningunas flores, porque era rocosa, con abrojos, espinas; nopales, mezquites, y si acaso algunas hierbecillas se solían dar, entonces era mes de Diciembre en que todo lo come, lo destruye el hielo (Nican Mopohua, nos. 127-133).

Las milagrosas flores no fueron sino parte de la recompensa a la humilde confianza de San Juan Diego. Dios concedió una señal aún más notable y duradera de todo lo que deseaba realizar en su amor misericordioso al dejar permanentemente la imagen de la Virgen de Guadalupe en la Tilma de San Juan Diego. Fue la Tilma la que se convirtió tanto en la prueba milagrosa de las apariciones de Nuestra Señora como en el catalizador de la conversión de millones de almas. 

Tomen como modelo a San Juan Diego en cada uno de sus pensamientos, palabras y acciones, para que puedan servir a Dios en todas las cosas, grandes y pequeñas. Comprométanse a ser, con la Madre de Dios, mensajeros del amor misericordioso de Dios en sus hogares, en sus oficinas, escuelas y en todos los lugares donde se encuentren. Sean humildes, reconociendo que todo lo que son y tienen viene de Dios. Confíen en que, si respetan el plan que Dios tiene para ustedes y para nuestro mundo, serán bendecidos y aportarán una bendición a los demás.

Como verdaderos hijos de Dios, con humildad y confianza, como San Juan Diego, seamos una sola cosa con la Virgen Madre de Dios en la entrega total de nuestro corazón al Señor. Invocando la intercesión de San Juan Diego, pidamos la humildad de estar siempre dispuestos a hacer todo lo que Dios nos pida y pidamos la confianza de que Él llevará a buen término nuestros humildes esfuerzos por servirle fielmente hasta en los más pequeños asuntos.

Octava reflexión

Oremos.

En los primeros días de la novena, lleven los acontecimientos de la primera aparición en sus corazones mientras rezan lo siguiente cada día:

Oh Virgen Madre de Dios, acudimos a tu protección e imploramos tu intercesión contra las tinieblas y el pecado que envuelven cada vez más al mundo y amenazan a la Iglesia. Tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, te dio como Madre nuestra al morir en la Cruz por nuestra salvación. Así también, en 1531, cuando las tinieblas y el pecado nos asediaban, Él te envió, como Nuestra Señora de Guadalupe, al Tepeyac, para conducirnos a Aquel que es nuestra única luz y nuestra salvación.

Por tus apariciones en el Tepeyac y tu presencia permanente con nosotros en la tilma milagrosa de tu mensajero, San Juan Diego, millones de almas se convirtieron a la fe en tu Divino Hijo. Por medio de esta novena y de nuestra consagración a ti, imploramos humildemente tu intercesión para nuestra cotidiana conversión de vida a Él y la conversión de millones más que aún no creen en Él. En nuestros hogares y en nuestra nación, condúcenos hacia Aquel que es el único que obtiene la victoria sobre el pecado y las tinieblas en nosotros y en el mundo.

Une nuestros corazones a tu Corazón Inmaculado para que encuentren su verdadero y duradero hogar en el Sacratísimo Corazón de Jesús. Guíanos siempre a lo largo de la peregrinación de esta vida hacia nuestro hogar eterno con Él. Que nuestros corazones, uno con el tuyo, confíen siempre en la promesa de salvación de Dios, en su misericordia inagotable, para todos los que se vuelven a Él con un corazón humilde y contrito. Por medio de esta novena y de nuestra consagración a ti, oh Virgen de Guadalupe, conduce a todas las almas de América y del mundo a tu Divino Hijo, en cuyo nombre te lo pedimos. Amén.

Cardenal Raymond Leo Burke

AUDIO | El Cardenal Burke recitando la oración de la Novena en latín

Otras lecturas

Los que deseen aprender más sobre las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe pueden encontrar el texto del Nican Mopohua en el siguiente enlace.

Nican Mopohua

Aquellos interesados en aprender aún más pueden disfrutar de una presentación que Su Eminencia realizó recientemente, que examina el inmenso mérito literario y espiritual del Nican Mopohua. Está disponible en el siguiente enlace.

PRESENTACIÓN DEL CARDENAL

Descarga la Oración